JUDAISMO HUMANISTA

O Judaismo Humanista é a pratica da liberdade e dignidade humana

Con la despolitización de la economía como fondo
En una nota reciente centrada en el populismo israelí, en septiembre del 2017, señalaba algo que ha llamado la atención a más de un estudioso de la realidad del país. Si bien el populismo israelí, de neta estirpe derechista, comparte una serie de rasgos comunes con las crecientes manifestaciones de partidos y aún gobiernos populistas en diversas regiones, como por ejemplo en Polonia, Hungría, Francia, Holanda, Austria, y también en EEUU, al mismo tiempodifiere de esos populismos en un sentido fundamental, porque su foco de atención no privilegia la problemática económico-social, sino que la sustituye por la centralidad de los temas de seguridad.
Para decirlo en términos de la nota arriba citada: “En la mayoría de los países donde predominan las corrientes populistas, éstas tienden a manifestarse en lo económico como adversas o, en el mejor de los casos, cautelosas con respecto a ciertos rasgos de la globalización, por el temor-real o imaginario o exagerado- de la pérdida de empleos o de la disminución de los niveles salariales (especialmente en las áreas de menor calificación), a causa de una competencia externa desleal. Pero en la expansión del populismo en Israel no se jerarquizan temas tales como la necesidad de una mayor justicia social, una más justa distribución de los frutos del crecimiento económico, una mayor claridad y transparencia en la gestión de los recursos naturales propiedad de la Nación, una mayor participación del gobierno en el bienestar y avance de toda la población (educación, salud, infraestructura)… Lo que se procura es obligar a unificarse alrededor de una concepción política homogénea, donde la noción de pueblo, de nación, se sitúa por encima de los valores humanos universales, excluyendo a los ´diferentes´. Y todo ello bajo un liderazgo caudillesco que atemoriza con amenazas existenciales y conforta a sus seguidores con la seguridad como prioridad absoluta”.
Una probable crítica a estos planteamientos diría que el funcionamiento económico de Israel, que ha llevado a ubicar al país entre las sociedades desarrolladas, le ha permitido mantener ritmos de crecimiento aceptables, lo que habría posibilitado el ofrecer a su población condiciones de vida cada vez mejores. En esa misma línea, se argumentaría que los niveles de pobreza constatados (porque sería imposible ocultar que Israel detenta los mayores niveles de pobreza entre los países desarrollados) estarían vinculados más con factores culturales de determinadas minorías -árabes israelíes y judíos ultra ortodoxos- que con el funcionamiento del modelo económico; y lo mismo valdría para explicar (justificar) el aumento de las injusticias en la distribución del ingreso. De este modo, no habría más que esperar que con el transcurso del tiempo, esas “pequeñas desviaciones” del modelo se fueran corrigiendo por sí mismas, asegurando así que cada generación estaría mejor que la precedente.
Sin embargo, no parece ser esto lo que está sucediendo en la realidad. De hecho, el modelo neoliberal –o al menos algunos de sus aspectos- está siendo puesto en tela de juicio en la propia institución que lo ha venido promoviendo e imponiendo internacionalmente.
En efecto, tal como lo mencionara en la nota que publicara en septiembre del año anterior, el Fondo Monetario Internacional publicó en junio del 2016 en Finance and Development, un artículo preparado por tres funcionarios de la institución (J.Ostroy, P. Loungani y D. Furceri) titulada “Neoliberalism: oversold?” (“El neoliberalismo: ¿sobrevendido?”), en el que se analizan dos aspectos centrales de la agenda neoliberal – la remoción de restricciones en los movimientos de capitales más allá de las fronteras nacionales (la así llamada liberalización de la cuenta de capital), y la consolidación fiscal, que corresponde a la política de reducción de los déficit fiscales y los niveles de deuda pública- y se señalan los problemas que acarrea su aplicación.
Pues bien, esa es la agenda, ese es el modelo económico que Israel ha adoptado totalmente. Y sus efectos en términos de aumento de pobreza y de creciente inequidad en la distribución del ingreso no son fenómenos pasajeros, no son “pequeñas desviaciones” fácilmente corregibles, sino que constituyen el resultado de la política que está siendo aplicada, y mientras ésta continúe vigente, continuarán presentes. Pero de alguna manera, el conjunto de conflictos que tensan a Israel -entre seculares y ortodoxos, entre ashkenazim y mizrajim, entre derechas e izquierdas (tal como se definen en Israel), entre el centro y la periferia, y ni que hablar de las posiciones frente a la ocupación- prevalece sobre las preocupaciones económicas y sociales que afectan a esta sociedad. Y ésta parece haber encontrado, en las modalidades del populismo de derecha que caracteriza hoy por hoy su funcionamiento, la manera de acallar esos conflictos.
Ciertamente, no están demasiado lejos en el tiempo las manifestaciones del 2011, y es justo reconocer que sus reclamos, lejos de referirse a las tensiones y conflictos arriba mencionados, se centraron en exigencias económicas y sociales comunes al conjunto de la sociedad: justicia social, acceso y precios adecuados a la vivienda, reducciones en el costo de vida, reformas tributarias, inversiones públicas incrementadas en educación y salud. Y sin embargo, a poco más más de seis años de esas manifestaciones, parece difícil pensar en su recurrencia; en su momento, como lo postulan Zeev Rosenheka y Michael Shalev en su ensayo “The political economy of Israel’s ‘social justice’ protests: a class and generational analysis” (2013), esas manifestaciones procuraron -y quizás lo lograron temporalmente- reintroducir el elemento político en las cuestiones económicas y sociales, o dicho de otra manera, repolitizarlas.
Pero como lo señalan esos mismos autores, uno de los mayores éxitos del proyecto neoliberal es la despolitización de las cuestiones económicas, de manera que los procesos económicos son determinados por las fuerzas del mercado y los expertos se encargan de la política económica.
Esa despolitización de la economía parece estar presente en gran medida en la sociedad israelí actual, máxime teniendo en cuenta que gran parte de la oposición política incluyendo en ella a la mayor parte de los partidos calificados como de centro o de centroizquierda- acepta implícita o explícitamente la agenda neoliberal. Y en ese contexto, libre de las presiones que pudieran surgir de protestas masivas por mejorar las condiciones de vida de toda la población, por compartir las ventajas que pudieran brindar a toda la sociedad su potencial de creatividad, florece un populismo que está en camino, impunemente, de silenciar toda expresión de pluralismo.
Cabe recordar, sin embargo, que aquellas manifestaciones del 2011 comenzaron por una protesta aislada por el precio del queso “cottage”; y en ellas el tema de la corrupción no estuvo presente. Hoy es la denuncia y la protesta contra los cada vez más publicitados casos de corrupción, en el sector público como en el sector privado, lo que comienza a movilizar -¿será muy ingenuo decir que comienza a despertar?- a esta sociedad. Como decían los romanos, los dados están echados. ■

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