JUDAISMO HUMANISTA

O Judaismo Humanista é a pratica da liberdade e dignidade humana

 

Habían caminado tanto, pero tanto, que no podían siquiera descifrar si su andar era consecuencia de sus piernas o de su psiquis; o, en otras palabras, si estaban allí parados porque respiraban o porque sabían que debían respirar si es que querían contarle el cuento a sus nietos. Era, sencillamente, decidir entre la voluntad o la muerte de toda una comunidad.

Y si la discriminación en las plazas y en las escuelas de cada barrio al que llegaban adquiría su justificación en que eran “diferentes” a los demás, cada día que pasaba se convencían un poco más de que estaban haciendo lo correcto, de que debían avanzar si es que realmente querían llevar una vida “normal”, y que la única manera de conseguirlo era construyendo su propio rincón en el mapa.

De esa manera, poco a poco se fueron dando cuenta de que existían más colectividades con sus mismos apellidos y con sus mismas mochilas, aunque distribuidos en otras partes del planeta. Los “x” de allá empezaron a contactarse con los “x” de acá, y así sucesivamente. Comprendieron que su cuestión, que consideraban propia, ahora era, además de suya, compartida a nivel global.

Sin embargo, debieron soportar, encima de todo -y justo en el momento que más cerca estaban de concretar su sueño-, el exterminio de muchísimos de sus familiares a manos de la industria del mal más asquerosa y repugnante que la historia de la humanidad había conocido hasta entonces (si es que se puede llamar “hombres” a aquéllos insensibles bárbaros). Y estos horrorosos hechos, en vez de facilitar la comprensión del mundo entero por su causa y así recibir entre moños sus nuevos hospitales y sus nuevas calles recién asfaltadas, hizo concluir a muchos de sus propios familiares -que no se habían convencido antes-, recién allí, de que construir su propio hogar era, más que un sueño, un imperativo.

Hasta 1948, el gran pueblo “x” tenía a sus partes repartidas por el mundo. El puzzle estaba no sólo desordenado, sino que también dañado. Su cultura, la muestra viviente de que uno más uno no es igual a dos, también estaba incomunicada. Y he aquí la otra gran razón por la cual esta familia tenía la misión de reunirse, por fin, en su casa: debían rearmar el argumento positivo que los nucleaba desde antaño, es decir, su identidad colectiva debía recomponerse cuanto antes.

Ahora, después de que la familia de naciones le diera el visto bueno a su lucha, habían cumplido su primera meta: habían construido, planta a planta, su primera primavera. Habían vuelto a conectar sus piezas, y con ello, habían generado el renacer de una cultura que sólo podía sonreír al máximo si todas sus unidades estaban juntas. Es que esta gran nación no tenía como denominador común a un “enemigo externo” -dícese del anti “x”-. La identificación de sus partes no era tan solo negativa, sino que, por el contrario, tenía inmensas connotaciones propias. Tanto la cultura de la continuación así como la de la memoria jugaban allí un papel primordial, y significaban el amor por su pasado tanto como su clamor por el futuro.

El nombre del pueblo “x”, que hasta no hace más de 63 años estaba esparcido en pedacitos por el mundo, no es otro que el de “Judío”.

Y ese pueblo, exactamente en ese instante, había convertido su sueño en realidad: Israel. Desde allí, éstos han desarrollando desde parques, playas y semáforos, como lo habían soñado sus abuelos, hasta microchips, premios nóbels y sistemas de regadío; desde un tribunal de justicia ejemplar en el universo hasta una complejísima democracia pluripartidista; desde kibutzim hasta la sociedad civil con más voluntarios del planeta. Pero por sobre todas las cosas, han logrado reconstruir, juntos, a su milenaria nación. Han hecho del pueblo perseguido en cada minuto de su historia, uno en donde el respeto por los derechos humanos es obligatorio y en donde la palabra “futuro” suena más fuerte que el vocablo “guerra”. En fin, una nación que, teniendo tantas anécdotas para contar, tiene muchas más por crear todavía. Y junta.

Ahora, debe reconciliarse con sus vecinos y ayudarlos a crear el hogar nacional que ellos tanto habían añorado en su pasado. No obstante, el hecho de que sus vecinos no hayan conseguido aún consolidar su autodeterminación, eso no significa en absoluto que ellos deban renunciar a su propio derecho a existir, o sea, a la legitimidad de su personalidad nacional.

Por el contrario, su historia es la historia de la perseverancia, del esfuerzo y de la voluntad; y, por sobre todas las cosas, su camino es ejemplo viviente de muchos otros que aún no han logrado lo que ellos se propusieron. Quiero decir, lo que nuestro pueblo se propuso.

Los prejuicios, la indiferencia y la intolerancia son los obstáculos más terribles a los que se enfrentan hoy en día muchas otras sociedades, y muchas otras personas. Y entendiendo que cada pueblo de este mundo tiene derecho a seguir existiendo y a seguir desarrollando más universidades que cementerios, Israel tiene el mismo derecho que cualquier otro Estado del mundo a ser respetado como tal.

Hoy es el día del Pueblo Que Sí Lo Pudo, y por eso lo festejamos con una mezcla de alegría y de anhelos. El equilibrio entre la felicidad del hoy y los sueños del mañana sólo nos pueden conducir a la paz y a la seguridad de un Estado que, si bien su gobierno puede ser criticado, no puede ser puesto en tela de juicio en su conjunto. Es que, condenar el “concepto” del Estado de Israel sería continuar haciendo lo mismo que le habían hecho a sus ancestros en la Inquisición en España o en los pogromos en Rusia, cuando no podían jugar en las calles por ser tachados como distintos.

Brindemos, entonces, por el sacrificio de miles y de millones de personas, por el largo camino que condujo al sueño, y por el sueño que se ha convertido en uno nuevo: paz entre dos estados democráticos uno al lado del otro. Ese es el interés nacional del Pueblo Judío Todo. Iom Haatzmaut Sameaj.

 

 

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