Interpretación y comentario
La parashá “Shmini” marca el final del proceso de todo lo concerniente a los pasos de la construcción del Tabernáculo y del ritual que debía ser hecho en él. Sin embargo, justamente en el momento cúlmine, ocurre un acontecimiento escalofriante: los dos hijos de Aarón -Nadav y Abihú- se acercan al altar a servir en el Santuario y de repente: “Salió un fuego de ante Dios y los consumió, y ellos murieron delante de Dios” (Levítico 10:2). ¿Por qué fue decretada su muerte? ¿Por qué fue decretado al padre presenciar la muerte de sus hijos quemados? Un caso difícil de entender. Ciertamente, las fiestas del octavo día venían a cerrar un ciclo que había comenzado algunas semanas antes. Aparentemente, iba a ser solicitado que los celebrantes ofrecieran un sacrificio de agradecimiento, pero no. Moshé ordena a Aarón ofrecer un sacrificio expiatorio por un pecado (“jatat”), y quizás aquí se encuentra oculto el primer indicio del drama que está a punto de suceder frente al altar: “Dijo Moshé a Aarón: Acércate al altar y prepara tu sacrificio expiatorio por un pecado...y ofrece expiación por ellos como ha prescripto Dios” (Levítico 9:7). ¿De qué pecado habla Moshé y por qué causa Aarón debe expiar por el pueblo, y, más que nada, por él mismo?
El caso del pecado del “Becerro de oro” marca uno de los puntos de inflexión en la transformación de una multitud de esclavos a un pueblo, quizás aún más que lo que ocurrió en el Monte Sinai. Desde el punto máximo de decadencia por causa de la idolatría, -situación en la cual el ser humano venera su poder y su riqueza-, entre la “olla de carne“ y el “Becerro de oro”, se exige al pueblo creer en un Dios invisible y en un anciano que desaparece en las alturas de un monte rodeado de humo. Esa fue la primera prueba de fe de la multitud como pueblo... ¡y fracasó! ¿Y quién fue aquél que permitió el pecado del “Becerro” sino Aarón, el mismo Aarón al que más adelante le sería exigido ser el líder del culto en el Tabernáculo?
La parashá “Shminí” marca el final del ciclo histórico entre lo que ocurrió a los pies del Monte Sinai con el pecado del “Becerro” y culminó a los pies del altar del Tabernáculo, con la muerte de los hijos de Aarón. Quizás más que cualquier otro caso, se aplica aquí el duro refrán: “Los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera”. Éste fue el padre que pecó e hizo pecar al pueblo en el caso del “Becerro”, y estos fueron sus hijos que intentaron traer al altar un “fuego extraño”. Muchos de los comentaristas de la Edad Media trataron de entender el sentido de aquél “fuego extraño” pero, a mi humilde entender, fueron Sforno e Ibn Ezra aquéllos que dieron en el blanco, más que los otros: “Los hijos de Aarón tuvieron la iniciativa de hacer algo sin que les fuera pedido hacerlo, y más de lo que estaban entregados al trabajo ritual para Dios, ellos estaban entregados a su propio ego”. Y en esto hay, de hecho, un retorno al pecado del “Becerro de oro”, porque también ahí se entregaron el pueblo y Aarón a sus instintos más ocultos. Este pecado también se expresa en la cultura griega antígua, en la tragedia de Ícaro, que intentó despegar rumbo al cielo con la ayuda de alas de plumas, pero al elevarse y acercarse al sol, se derritió la cera que unía las alas y se estrelló contra el piso. A esto los griegos llamaron “hybris” (desmesura, soberbia), y éste también fue el pecado de Aarón y sus hijos. El primero pecó el pecado del “Becerro”, y no impidió a sus hijos traer el mismo “fuego extraño” de nuevo.
¿Cómo se reconoce la soberbia? El lugar central en el que se exige al ser humano renunciar a su ego es frente al Tabernáculo, y posteriormente, en el Gran Templo de Jerusalén. En esta posición, se pide a la persona creyente abrir su ser a Dios y así llenarse con la fuerza espiritual que va más allá de uno mismo. No es la “anulación de uno mismo”, como muchos se equivocan al pensar, sino que es una apertura para recibir al otro y al diferente de uno mismo, y en este caso, el conocimiento de Dios. Sólo con la muerte de los hijos de Aarón frente a su padre, se cierra finalmente el caso del “Becerro de oro” y comienza una nueva etapa de la historia de un grupo que se transforma, gradualmente, de una multitud de esclavos en un pueblo.
Editado por el Instituto Schechter de Estudios Judaicos, la Asamblea Rabínica de Israel, el Movimiento Conservador y la Unión Mundial de Sinagogas Conserva-doras. Traducción: rabina Sandra Kochmann
Comunidad “Masortit Mishpajtit beBeit HaKerem”, Jerusalén.
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