O Judaismo Humanista é a pratica da liberdade e dignidade humana
Las exposiciones que Netanyahu y Abbás presentaron en la tribuna de la Asamblea de las Naciones Unidas fueron no sólo áridas y previsibles; revelaron además una marcada ausencia de perspectiva histórica y de sensibilidad social. No por accidente los dos discursos contaron con un público reducido; la mayoría de los delegados prefirió cualquier otra actividad en lugar de prestar oídos a un reiterado y anodino ceremonial de palabras.
Por supuesto, Netanyahu superó al líder palestino en su despliegue retórico en un inglés que bien aprendió durante sus largos años en Estados Unidos; en contraste, el discurrir de Abbás fue árido y apenas insinuó alguna referencia al rico acervo de la filosofía musulmana. Aludiré aquí a la intervención del primero pues su contenido e implicaciones nos afectan profunda y directamente.
Netanyahu reiteró su fatigado estribillo en torno a ” dos países para dos pueblos”, que parece implicar el reconocimiento a las aspiraciones nacionales palestinas. Sentencia que de momento tiene sólo valor retórico: no es una decisión gubernamental o parlamentaria de Israel, ni es sustentada por otros partidos de la coalición que él jefatura. A este ritual eslogan añadió una filosa crítica a las acciones y propósitos de las Naciones Unidas y de UNESCO que, en el presente y en la práctica, traicionan a su juicio las nobles aspiraciones que vocearon al nacer después de la II Guerra.
Como funcionario internacional que fui durante algo más de quince años en ambos organismos creo atinado distinguir entre los burócratas que en ellos sirven y los representantes gubernamentales que dictan sus principales orientaciones. Los primeros se adaptan con irregular fidelidad a las directrices que los gobiernos dictaminan y prefieren; pero éstos son al final de cuentas los actores y los responsables por el desempeño de las instancias internacionales. Obviamente, Netanyahu conoce esta realidad; sin embargo, para minimizar la hostilidad de los que ocupan las cómodas butacas de la asamblea de la ONU prefirió culpar a la burocracia que en definitiva se ajusta- con sus intrínsecas debilidades – a los intereses de los estados nacionales. De aquí que si en diciembre próximo este organismo habrá de tomar una decisión adversa a Israel, la responsabilidad por el dictamen no será institucional sino – claramente- política y gubernamental. Y por estas circunstancias, su ácida condena a la ONU y a la UNESCO resultará inepta y desubicada.
¿Qué pudo exponer Netanyahu en este marco en contraste con los temas que colmaron hasta aquí sus teatrales discursos? Apuntaré brevemente tres de ellos para consideración del lector.
El primero: una explícita referencia al violento exterminio de pueblos y tribus que se ha verificado en diferentes periodos y países sin negar la excepcional peculiaridad del Holocausto. Minorías indefensas en África; la persecución y muerte de grupos – desde la Europa oriental a países latinoamericanos – que ponen en tela de juicio la legitimidad de algunos gobiernos; el tráfico internacional de drogas que acarrea violencia y quiebres en la social convivencia; la tenaz opresión de grupos étnicos en un país que se proclama representante y delfín de las ideas democráticas: algunos de los temas que le hubieran llevado a sorprender a la audiencia y a evitar los bostezos.
El segundo: la esperanza de que las masas de migrantes y desplazados que hoy buscan alguna hospitalidad y futuro en Europa encuentren allí no sólo sustento económico; también oportunidades educativas de suerte que a su debido tiempo habrán de influir positivamente en los países en los que fueron obligados a abandonar. No es este forzado tránsito un temible Jihad que se ajusta a los imperativos del Islam; es una masiva protesta que lo debilita y deslegitima. Más aún, por esta vía el Occidente cuenta con una nueva oportunidad para internacionalizar los preceptos judeo-cristianos de la Ilustración europea.
Y en fin: poner de relieve que la caída de los precios del petróleo, por obra de innovaciones tecnológicas que se verifican en Estados Unidos, favorece en particular al Medio Oriente, incluyendo a Israel. Permite, de un lado, adelgazar los vínculos coloniales que secularmente se han tejido entre esta región y algunas entidades europeas y norteamericanas; y por otro, abre la oportunidad de un entendimiento regional no sólo entre Israel, Turquía, Egipto y Jordania; también Arabia Saudita y Kuwait podrían adherir- no sólo discretamente- a este concierto.
En suma: Netanyahu reiteró en su discurso en la Asamblea de la ONU frases y temas que provocan el bostezo y el tedio no sólo en este marco internacional; también en humildes auditorios. Confiemos con alguna audacia que el andar del tiempo le obligará a reexaminarse. Amén.
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