JUDAISMO HUMANISTA

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Globalización: nueva ley de vida Autor: * Por el Rav Dr. Michael Laitman

Globalización: nueva ley de vida Autor: * Por el Rav Dr. Michael Laitman

No es una novedad que los líderes del mundo se encuentren en un apuro, tratando de lidiar con la nueva realidad usando herramientas del pasado. ¿Por qué, entonces, nos sorprende que estén fallando?
“Estos tiempos son muy diferentes a los tiempos pasados” dijo Michael Steinhardt, magnate estadounidense y una leyenda de Wall Street, en un panel especial dedicado al tema en la cadena de televisión estadounidense CNBC. “Los obligan (a los oficiales de la Reserva Federal) a pronosticar el futuro pero todas sus predicciones (sobre un crecimiento futuro) no son sino sólo disparates casuales”.
Cuánta razón tiene Steinhardt. Jamás vivimos en una época tan global. Nunca antes se ha visto la economía de una nación tan vinculada con las economías de otros países. No es por nada que uno de los puntos calientes en los encuentros del G-20 sigue siendo el de reforzar el apoyo a los países de Europa Oriental. Aunque no debemos equivocarnos en pensar que se trata de una especie de solidaridad, sino de un cálculo puramente utilitario, pues las super potencias de Europa saben que un colapso en Ucrania, en Rumania o en Lituania arrastraría consigo a todo el continente.
La pregunta del millón, sin embargo, es: ¿por qué las estrategias del pasado no logran solucionar nuestros problemas en el presente? Para responder a esta pregunta es necesario volver a revisar las raíces de la crisis actual. Y a diferencia de la opinión general, éstas se remontan más allá del año 2006.

Ley de interconexión
Según la teoría aceptada en la ciencia moderna, todo lo que existe -nosotros incluidos-, comenzó con una chispa de energía. Esta chispa arrancó un proceso de millones de años en cuyo final se establecieron las condiciones para la existencia de la vida sobre la Tierra. Si pudiésemos resumir en una frase lo que formularon los más grandes investigadores de las ciencias naturales en decenas de miles de páginas, diríamos que la evolución humana comenzó cuando criaturas unicelulares elementales se interconectaron entre sí para crear un cuerpo vivo que se ha ido refinando a través de los tiempos.
En este proceso, cada célula renunció a sus propiedades individuales y “asumió” un rol particular dentro de una forma de vida más desarrollada. Este trayecto permitió, además del desarrollo de las mismas, su propia sobrevivencia. Una observación más profunda de los procesos naturales en la historia revela que cada desarrollo se caracteriza por el establecimiento de lazos más profundos entre formas más complejas de vida.
Tomemos, por ejemplo, el cuerpo humano; ¿cuántas células (diez trillones), sistemas y órganos variados deben actuar en plena armonía para crear la maravilla llamada vida humana? De hecho, se trata de una ley que abarca el total de la naturaleza: mientras más elementos variados, diferentes e incluso contrarios existen en cualquier forma de vida, más desarrollada se le considera.
La sociedad humana -la cual es parte de la naturaleza y como tal está sujeta a las mismas leyes- se desarrolló bajo los mismos principios. Si en el comienzo vivíamos en clanes, aislados mutuamente, al pasar de los años éstos fueron creciendo y comenzaron las luchas por conquistar más personas y territorios. Al mismo tiempo, desarrollamos la agricultura que produjo relaciones comerciales y otras, más desarrolladas, entre las personas.
Revoluciones sobre clases sociales, cultura y educación resultaron en lazos más estrechos aún entre todos nosotros hasta el comienzo de la industrialización que nos lanzó en un trayecto acelerado que alcanzó su auge hacia finales del siglo XX.
Al igual que aquellas células que comenzaron separadas al principio del proceso evolutivo, así nosotros fuimos conducidos por la naturaleza a tomar conciencia de que podemos ganar más compartiendo fuerzas y esfuerzos y por lo tanto, nos hemos convertido, naturalmente, en un cuerpo humano único que depende de la mutua colaboración entre sus diferentes “órganos”. La ley básica de todo desarrollo natural nos ha estado impulsando a conectarnos entre todos en un círculo vicioso, de modo que si en el pasado era posible existir aisladamente, hoy en día ya no lo es.

La globalización, más allá de un eslogan
Así es cómo hemos llegado a la situación frente a la cual se encuentran, incapacitados, los más grandes líderes del mundo, políticos y economistas por igual. Poco a poco, van descubriendo que “el mundo plano” -tal como denominó Thomas Friedman del New York Times al siglo XXI-, está sujeto a otro tipo de leyes.
La globalización no es sólo un buen eslogan, sino que expresa un proceso incesante de desarrollo natural, que nos está conduciendo hacia una nueva vida.
Se trata de una vida que es realmente global, en la que el bienestar de cada célula -persona- y de cada órgano -nación- depende de la preocupación mutua y de la colaboración entre todos para el bienestar colectivo. Un ejemplo de tal colaboración podría ser compartir todos los tesoros naturales del mundo entre todas las naciones para el bienestar del organismo humano colectivo, por sobre el beneficio propio. Y aunque parezca imposible y un tanto irreal, es inevitable que tarde o temprano lleguemos a eso, pues en caso contrario estaremos destinados a terminar como un cuerpo vivo en el que un órgano empieza a trabajar por sí solo sin tener en cuenta a los demás; una diagnosis conocida como una de las peores enfermedades existentes…
Por lo tanto, la crisis de la que somos testigos hoy en día no es una crisis verdadera, sino la manifestación de la próxima etapa evolutiva de la civilización humana. No tiene sentido oponer resistencia pues, querímoslo o no, estamos destinados a crecer, y si nos rehusamos a participar voluntariamente en este proceso natural, corremos el riesgo de ser forzados a completarlo.
He aquí un pronóstico más estable que el de la Reserva Federal para el futuro cercano: en vez de pensar que debemos unirnos para salir de la crisis, debemos comprender que la crisis se reveló para que nos unamos de verdad. Así que despidámonos todos del viejo mundo y comencemos con la verdadera Meta de nuestra existencia: la recuperación de nuestro cuerpo humano colectivo, de la única familia global que tenemos.
* El Rav Dr. Michael Laitman es máster en cibern„ética, doctor en filosofía y Cábala, profesor de ontología y teoría del conocimiento y fundador y presidente de Bnei Baruj y del Instituto ARI, en Israel.

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