JUDAISMO HUMANISTA

O Judaismo Humanista é a pratica da liberdade e dignidade humana

Israel es un ejemplo de cómo vivir en la diversidad Autor: Bernardo Ptasevich

Israel es un ejemplo de cómo vivir en la diversidad Autor: Bernardo Ptasevich

En Oriente Medio conviven (por decirlo de alguna forma que signifique nada más que compartir terrenos aledaños) las más variadas culturas, nacionalidades, razas, religiones, costumbres, ideas, y toda actividad que pueda realizar un ser humano en forma particular o asociado a sus iguales. Lo notable es que las diferencias no se distinguen por país o por pueblo.



La diversidad más distante la encontramos fundamentalmente dentro de cada uno de ellos. Viven en esta zona del planeta: musulmanes shiítas y sunitas, cristianos árabes, persas, kurdos, turcomanos, alauitas, jariyíes o wahhabitas, entre muchos otros.
Hay grupos de poder como Hizbollah, Hamás, los talibanes, la Autoridad Palestina, los Hermanos Musulmanes, los ayatolas de Irán, y muchos otros que es mejor no poner juntos en un solo párrafo por todo lo siniestro que irradian.
Hay hombres, mujeres, niños, estudiantes, trabajadores, comerciantes, profesionales, y también desgraciadamente muchos terroristas.
Sólo viendo las opciones y pensando en sus posturas frente a la realidad del mundo se hace casi imposible pensar en una vida coordinada, en la que todos puedan tener la posibilidad de ser respetados por los demás.
En el pequeño territorio israelí no vamos a la zaga. Tenemos los más variados sectores religiosos judíos, los judíos no religiosos, y los judíos de Naturei Karta que viven aquí pero dicen que Israel no debe existir.
Hay inmigrantes que llegaron a casa y otros que sólo vinieron para salir de la suya. Hay también aquí musulmanes, católicos, ateos y personas que profesan cuanta religión exista en la tierra.
Hay israelíes y árabes, pero también hay rusos, iraquíes, iraníes, franceses, españoles, americanos, sudamericanos de todos los países, beduinos, orientales y muchos africanos musulmanes, la mayoría de ellos sin tener siquiera documentos.
Hay rabinos y sacerdotes, sinagogas e iglesias, pero no faltan las mezquitas y los imanes.
Hay diputados de derecha y de izquierda, otros de centro que se inclinan a los lados según como se han levantado ese día, pero ¡oh sorpresa!, también hay diputados árabes.
Hay ministros religiosos y ministros ateos, los hay rusos y descendientes de iraníes, iraquíes, marroquíes o tantos otros.
Hay ciudades ultra ortodoxas judías, ortodoxas judías, otras más pluralistas y otras eminentemente árabes. A estas últimas no les llamamos asentamientos dentro de la tierra de Israel.
En todos esos lugares y entre toda esa gente que nombramos hay personas moderadas y otras muy fanáticas, las hay pacificas y también violentas. Vivimos con alegría y con tristeza, con felicidad y con dolor, con confianza y con desconfianza, con dinero y sin dinero.
Israel es por la composición de su población un gran ejemplo de convivencia, dentro de lo posible y a pesar de lógicos pequeños y grandes desencuentros. Pensando cual es el motivo de este milagro vienen a la cabeza dos posibilidades: el deseo de vivir en un país posible que no agreda a sus propios ciudadanos y fundamentalmente la democracia, esa tan afamada y única en la zona que poco a poco va funcionando cada vez mejor. ¿Cómo hacer para que en Oriente Medio, los países árabes, Israel, y todos sus vecinos sobrevivan a tanta diversidad, a tanta historia opuesta, a tanta religión enfrentada, a tantos intereses contrarios, a una cultura y educación diferente o sencillamente a la falta de ella? Es una misión imposible. Por eso han pasado tantos años sin que aparezca la paz como verdadera opción, tanto dentro como fuera de las fronteras de cada uno de los países de la zona.
Convengamos que no sólo vivimos guerras entre países sino que cada uno tiene sus conflictos internos que en muchos de esos sitios se dirimen en forma violenta y criminal. No puedo imaginar un mundo en el que los líderes árabes logren convivir, ya no con Israel al que odian, sino entre ellos, un mundo en el que los lideres piensen un poco en la gente, en sus pueblos, en las necesidades que tienen, o simplemente en la felicidad que deberían tener aunque sea en una parte de su tiempo y de su vida.
El egoísmo, el fanatismo, la ambición, el poder económico, militar o religioso, no les permitirá nunca dar un paso atrás, tomarse unos instantes para reflexionar, ablandar sus corazones para sentir alguno de los sentimientos buenos que puedan transmitir algo diferente de lo que ellos representan. No lo harán, no les interesa.
Son lo que son porque quieren ser eso, porque disfrutan de su pedestal aun sabiendo que cuando más alto suban, más ruido harán al caer y que esa caída se producirá tarde o temprano.
Ellos no desean respetar los valores fundamentales de la vida, la honestidad, la ética, la comprensión, la libertad y la justicia. No les conviene, todo ello iría en contra de sus poderes especiales.
En ese contexto sabemos que tenemos conflictos para siempre o por muchísimo tiempo, no por meses, ni años, sino por generaciones enteras. El hombre no ha aprendido a vivir de otra forma que no sea tratando de imponerse a los demás, de conseguir lo que ambiciona sin importar a costa de qué, sin importar los métodos y, sobre todo, sin importarle mucho la vida humana.
Que les hablemos de la tolerancia que debe primar en situaciones de diversidad como las descriptas es una pérdida de tiempo. Sin embargo, creo que en todas partes debe haber gente que piense y sienta como un ser humano. A ellos y a todos los que crean que la vida es importante así como las personas son lo más importante de la vida, les recuerdo que la tolerancia es un don que nos permitirá vivir mucho mejor y disfrutar mucho más de las pocas cosas lindas que a veces nos pasan sin que siquiera nos demos cuenta.
La tolerancia que se necesita no es la de soportar a los dictadores, no es la de acatar a los que tienen el poder si no tienen la razón, no es la de someterse a los designios de personas que se creen seres superiores o enviados del más allá.
Se precisa entender que no todos somos iguales. Mientras el otro acepte respetar lo que uno es, piensa, hace o sienta, tiene todo el derecho de hacer lo que haya elegido para su vida.
La tolerancia es en sí misma el respeto por los demás, el permitir las diferencias en todos los sentidos siempre que se desarrollen en paz. Por ello debería convertirse en un derecho fundamental para todos nosotros.
Lamentablemente, todo apunta para el lado contrario y tenemos en el horizonte enormes conflictos internos, como el de Hamás y la Autoridad Palestina o el de Hizbollah y el tambaleante primer ministro libanés Saad Hariri. Este último tendrá que elegir entre saber la verdad sobre la muerte de su padre o transar ante la extorsión de Nasrallah y sus socios que ya han logrado derrocar su Gobierno.
Lamentablemente, Irán y sus dictadores no son tolerantes, siguen empeñados en su bomba atómica para “usos pacíficos”, ¡vaya si alguien les cree! Chávez no es tolerante en lo mas mínimo, se ha conseguido unos súper poderes que lo muestran cada vez más dictador, más injusto, más violento y mas fanático. Bashar Assad -siempre con su cara de “yo no fui” esconde detrás de sus trajes occidentales y su elegancia la pesada culpa de armar y apoyar el terrorismo y de ser el brazo ejecutor de la política de Irán.
El primer ministro turco Erdogan se debate entre las relaciones internacionales y sus discursos para la TV, que cada vez se parecen más a los de nuestros enemigos. En Israel tenemos un Gobierno donde se mezclan las ideas más diversas y opuestas.
El pueblo no es solamente un sector afín a cada gobernante. Nunca más necesario ese derecho fundamental que nos permita no ser divididos ni discriminados. Con estos ejemplos basta para saber que el planeta no ha tomado un camino nada tolerante y por el contrario nos propone un futuro muy oscuro e incierto gracias al fanatismo y a la tozudez de sus líderes. Paren el mundo, que me quiero bajar… no sé si les recuerda algo

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