JUDAISMO HUMANISTA

O Judaismo Humanista é a pratica da liberdade e dignidade humana

La estructura y el valor del Talmud
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Este nombre se deriva de la raíz hebrea lmd (enseñar) y equivale a “enseñanza”. Con él se designa a una obra compuesta de varios tratados relativos a diversos aspectos de la vida, vistos en la perspectiva de la religiosidad judía.
Se trata en particular de normas que interpretan la ley mosaica, pero también de anécdotas, aforismos, anotaciones, que lo convierten en una especie de Summa del judaísmo.
Los tratados son: Zeraim (semillas): sobre la agricultura; Moed (estaciones): sobre las festividades; Nashim (mujeres); sobre el matrimonio y el divorcio; Nezikim (daíios): sobre las responsabilidades civiles y penales; Kodashim (cosas santas): sobre los lugares y los objetos sagrados y sobre los ritos; Torohot (purezas): a propósito de la limpieza ritual.
El Talmud se ha ido formando a través de un largo proceso de crecimiento mediante la aportación de sentencias de los más cotizados maestros del judaísmo, desde los tiempos de Esdras (por el 450 a.C.) hasta mediados del siglo VI d.C. El punto de partida es la legislación bíblica sobre la que los rabinos se pronunciaron, bien sea para precisar su contenido, bien para adaptarla a los nuevos cambios de vida. Hubo al principio una colección de sentencias, primero orales y luego escritas (la Mishná), a la que se añadió un suplemento (la Tosefta), Sobre estas dos colecciones desarrollaron luego los rabinos sus reflexiones, dando origen a la Guemará, de donde proviene el Talmud.
Del Talmud existen dos recensiones: el “Talmud palestino” (o de Jerusalén fue recopilado en Palestina por el siglo III d.C.: la tradición lo atribuye a R. Johannan ben Nappoha, muerto en el año 279): es incompleto, bastante descarnado, mal conservado, pero importante para seguir el desarrollo de la halajá y de la hagadá. Está además el “Talmud babilonio”., escrito en arameo en Mesopotamia, donde florecía una numerosa colonia judía con una renombrada escuela rabínica; el iniciador de este Talmud, según la tradición, fue R. Akira (muerto en el 247 a.C.), llamado “Rab”, el maestro por excelencia, por su sabiduría. El Talmud babilonio es más rico, más completo, y está mejor conservado.
Al Talmud le corresponde en gran medida el mérito de haber mantenido durante siglos la identidad judía a pesar de la dispersión entre poblaciones de religión distinta. No han faltado frente al mismo algunos movimientos contestatarios dentro del judaísmo (los caraítas del siglo VIII d.C. llegaron a rechazarlo), pero sobre todo fuera de él, cuando se intentó eliminar lo específicamente judío. Sin embargo, continuó y continúa uniendo y forjando a los judíos en su conciencia de pueblo de la promesa. De él dimana un profundo sentido de la unicidad y de la grandeza de Dios, de la veneración que se debe a su voluntad expresada por la ley, de serena confianza en su dirección de la historia humana.
El Talmud en el Tratado de Shabat comparó las enseñanzas de la Torá como el golpe de un martillo en el hierro, en el que todas las chispas, aunque tomen direcciones contrarias, provienen de la misma fuente. Asimismo, todas las enseñanzas, tanto de la Mishná como del Talmud como de lo expresado por nuestros Sabios en épocas posteriores, aunque nos parecieran contradictorios, proceden de la misma fuente, y sobre la base de ellos tienen que ser discutidos y demostrados.
No es posible decidir qué versión de las “setenta” versiones debemos aceptar o no como verdadera, pues todas desde el momento en que emanan de la verdad de la Torá, todas absolutamente todas son verdaderas, sino cual deberá ser la que “obligue” a mi comportamiento “Halajá” (camino), como nos enseñó la Torá: “Ajarei Rabim Lehatot”, “Tras la mayoría, la decisión”.
En cada generación “su mayoría”, no la mayoría de los que no saben ni la mayoría de una casta impuesta, sino la mayoría de los Sabios a la que no tenemos el derecho de pertenecer, sino que tenemos la obligación de participar: “Talmud Torá Kenegued Kulam”.
El estudio de la Torá es comparado con la realización de toda la Torá. “Vedarasta”, “E indagarás”; la obligación de indagar, de no recibir las palabras de la Torá como axiomas o tabúes.
La Torá no obliga a realizarnos esa serie de preguntas con respecto a todos sus preceptos: por qué, de dónde se aprende, cuándo, cómo, etc. Esa es la base del Talmud, la pregunta como principio y como incentivo la indagación. “Vedarashtá”, “E indagarás”.
El Talmud llega a nosotros en un idioma extraño, “el arameo”, y muchos intentos de traducirlo a otros idiomas, como al propio hebreo, resultaron fallidos ya que el Talmud tiene su propia “neshamá”, que no puede ser trasplantada a ningún otro lugar, para así poder entender la discusión entre Abayé y Rabá, o entre las escuelas de Shamai e Hillel, o entre Rabán Gamliel y Rabí Iehoshúa. No es suficiente con saber la traducción de las palabras y entender el tema, sino que hay que “vivirla”.
Muchas traducciones se han hecho del Talmud pero ninguna puede sustituir al “estudio vivo” donde se pierde el concepto de maestro-alumno y donde la discusión lleva a lo que dijeron Nuestros Sabios: “Mucho aprendí de mis maestros, más de mis compañeros y mucho más de mis alumnos”.

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