Parashat “Devarim” Autor: Dra. Pnina Galpaz - Feler*
Interpretación y comentario
El libro “Devarim” “Deuteronomio” es también conocido como “Mishné Torá” “Repetición de la Torá”, pues Moshé repite en él todas las cosas que ya se dijeron en la Torá. En la parashá “Shmot” “Éxodo”, Moshé dice que él no es un hombre de palabras: “Y le dijo Moshé a Dios: Te ruego, Adonai, no soy yo hombre de palabras ni desde ayer ni tampoco desde anteayer, ni desde el tiempo en que has hablado a Tu servidor, ya que lento de palabra y lento de locución soy yo” (Éxodo 4:10). Con el correr del tiempo, Moshé se convierte en líder y repite las palabras de Dios delante del pueblo. Por eso, el libro de Deuteronomio comienza con las palabras: “Estas son las palabras que habló Moshé a todo Israel” (Deuteronomio 1:1).
La parashá comienza con la continuación de la travesía hacia la tierra de Canaán. Dios le dice a Moshé que debe levantarse e ir al Monte Seir, al lugar donde estaban asentados los hijos de Seir. Dios avisa al pueblo que, en su camino hacia la Tierra Prometida, van a encontrarse con otros pueblos y deben comportarse con ellos de manera pacífica y no provocarlos, pues también aquellos pueblos recibieron de Dios un territorio para asentarse en él.
Antes del asentamiento de los moabitas en Moab, ellos se asentaron en Refaim, un pueblo antiguo a cuyos miembros se los consideraba gigantes, y los moabitas los llamaron “Emim”: “Los Refaim son considerados ellos también como gigantes. Pero los moabitas los solian llamar “Emim” “(Deuteronomio 2:11). También en los territorios pertenecientes a los hijos de Amón se asentaron los Refaim y los Amonim los llamaban “Zamzumim”, de la palabra “mezimá”, “astucia”, pues eran pueblos de gran estatura que acostumbraban a actuar con astucia y artimañas: “Y los Amonitas los llamaban “Zamzumim” “(Deuteronomio 2:20). Moshé destaca que Dios exterminó a los Refaim y permitió a los Amonitas heredar su tierra (Deuteronomio 2:21).
Se les ordena a los hijos de Israel cruzar el río Arnón hacia el reino de los Emorim (Deuteronomio 2:24). Mo- shé se dirige a Sijón, rey de los Emorim, en son de paz, pero él decide salir a la guerra contra Israel. Los hijos de Israel destruyen sus ciudades, matan a sus habitantes y toman el botín. Después de la guerra contra Sijón, los hijos de Israel continúan su travesía hacia Bashán, hacia la tierra de Og, quien también era un gigante, sobreviviente del pueblo de los Refaim (Deuteronomio 3:11). Dios calma al pueblo para que no tema porque, así como Él hizo con Sijón, rey de los Emorim, también hará con Og, rey de Bashán (Deuteronomio 3:2-3).
En la parashá “Shlaj Lejá”, en el libro de Números, leímos por primera vez la descripción de los pueblos asentados en la Tierra Prometida. Los espías describieron a los numerosos habitantes de la tierra como gigantes y se compararon a sí mismos como langostas, como pequeños insectos que se pueden destruir fácilmente: “...Es tierra que se come a sus habitantes, y todo el pueblo que hemos visto en su seno, hombres de estatura son”.
“Y ahí hemos visto a los Nefilim: los hijos de Hanak, descendientes de los Nefilim, aparecimos ante nuestros ojos como langostas, y así éramos ante los ojos de ellos” (Números 13:32-33). Los espías describen a la tierra como que “come a sus habitantes“ y las langostas son las creaturas más pequeñas que pueden ser comidas. Así ellos destacan su sensación de que la tierra los va a tragar fácilmente. La imagen de las langostas es la imagen propia: los espías se ven a sí mismos pequeños frente a las personas de gran estatura.
En la parashá “Devarim”, Moshé recuerda el relato de los espías y nuevamente son recordados los gigantes que habitan la tierra: “Y también hijos de Anak (gigantes) vimos ahí” (Deuteronomio 1:28).
Muchas explicaciones se dieron al adjetivo “anak” - “gigante”. Para nosotros, “Refaim” y “Anakim” son personas de gran estatura. Es decir, opuestos a los seres de pequeño tamaño, como las langostas. La parashá “Devarim” trae, como ejemplo, las medidas del cajón en el cual fue enterrado Og, rey de Bashán, y estima así el tamaño intimidante del rey: “Pues solamente Og, rey de Bashán, había quedado del remanente de los Refaim; he aquí que una cama, cama de hierro, -que por cierto está en Rabbah de los hijos de Amón-, nueve codos es su largo y cuatro codos es su ancho, en codo de hombre” (Deuteronomio 3:11).
En nuestra parashá se aprende que gracias a la ayuda de Dios se puede vencer a los gigantes: “Entregó Adonai nuestro Dios en nuestra mano, también a Og, rey de Bashán, y a todo su pueblo. Lo batimos hasta no dejarle sobreviviente” (Deuteronomio 3:3).
La descripción de los Refaim, personas de gran estatura, los Nefilim, Og rey de Bashán, Goliat y otros gigantes, nos quiere enseñar que, a veces, por miedo y temor, le damos mucha importancia a los datos físicos. Cuando estamos en guerra con un enemigo externo o con enemigos que se encuentran dentro nuestro, los datos concretos no deberían ser el único parámetro para valorar el poder de las partes. El espíritu del ser humano, su fe, su firmeza y su apego al objetivo por el cual pelea, no son menos importantes, -y quizás hasta lo son más aún-, para el resultado final de la lucha.
*Profesora de Biblia, Instituto Schechter de Estudios Judaicos, Jerusalén
Editado por el Instituto Schechter de Estudios Judaicos, Asamblea Rabínica de Israel, el Movimiento Conservador y la Unión Mundial de Sinagogas Conservadoras.
Traducción: rabina Sandra Kochmann
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