JUDAISMO HUMANISTA

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Rabinos eran los de antes Por Rabino Daniel Goldman

Rabinos eran los de antes





Rabinos eran los de antes


Por Rabino Daniel Goldman

Motivado por la nota que publicara el sábado pasado en este mismo diario Osvaldo Bayer, recordé que hace algunos años, el notable intelectual escribió un ensayo llamado “Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?”, trabajo biográfico sobre la vida de aquel joven revolucionario quien, como consecuencia de la represión del 1º de mayo de 1909, en la que se derrama sangre de 26 manifestantes obreros, al grito de “Viva el Anarquismo” decidió arrojar un artefacto explosivo en el automóvil del coronel Ramón Falcón, jefe de la Policía, acabando con la vida de este último. Sin intención de juzgar el hecho, desde la adolescencia, época en la que escuché esta historia, siempre enredé mi imaginación con la imagen de un tal Moishe (Moisés) Radowitzky, primo o tío de Simón. El detalle de la saga: Moishe era rabino. Qué curioso: Sobre Moisés Maimónides, el sabio medieval, se decía que “desde Moisés hasta Moisés no hubo ningún otro Moisés”. Pero se me ocurre extender en los siglos este dicho a cada Moishe, incluyendo a Radowitzky. No hay judío que no tenga un Moishe en su familia. A tal punto que usualmente en este país los judíos somos todos Moishes. Por otro lado, no hay judío que no haya tenido un rabino en su familia (si no pregúntele al judío que tenga a mano). Y rabinos llamados Moishe habrá habido por doquier. Sólo yo conozco no menos de una docena. Pero ¿cuál fue el acto que destaca al Radowitzky del resto de los Moishes? Después del ataque, Simón iría a ser condenado a muerte. La historia terminaría mal. Pero él tenía sólo una posibilidad. El preso más “peligroso” de la época debía probar que no cumplía con la edad suficiente como para ser ejecutado. Tenía que tener no menos de 22 años para ser pasado por las armas. Su edad era desconocida. En su pasaporte no estaba claro. A pesar de su juventud, la piel de este caucásico estaba ajada por las penurias. Como muchos judíos de Europa Oriental, los Radowitzky eran oriundos de un “shtetl”, un pequeño y pobre villorrio en el límite entre Polonia y Ucrania. Movida por la miseria, su familia se traslada a la industrial orbe rusa de Ekaterinoslav. Con 10 años y apenas algunos rudimentos de lectura y escritura, Simón debe abandonar la escuela para comenzar a trabajar como ayudante de herrero. Pasaba los días clavando herraduras a los caballos y las noches durmiendo debajo de la mesa de trabajo del establo. En la oscuridad del galpón escuchaba las conversaciones entre la hija del patrón y sus revolucionarios amigos. A la edad de 14 años consigue un trabajo en una fábrica. Y es a esa misma edad que es herido por un sablazo en el pecho durante una manifestación, a manos de un cosaco represor. Convaleciente durante seis meses, debe escapar de la Rusia zarista, llegando a estas latitudes.

Volviendo al juicio, la oligarquía y las clases medias de la época clamaban por su pena de muerte (como decía el Eclesiastés, no hay nada nuevo bajo el sol). Y la prensa de ese período ya lo condenaba con unos supuestos 29 años de edad. Pero de repente todo se modifica. La historia cambia. Aparece el rabino Moishe Radowitzky con una partida de nacimiento de su sobrino Shimen Radowitzky, en la que consta que habría nacido en 1891, lo cual indicaba que tendría en ese momento 18 años de edad. La legendaria revista Caras y Caretas dice en uno de sus viejos números:”Radowitzky tiene cada vez menos años”. ¿Quien le creía esto de la edad? Bayer, con una dulce ironía, alega que ni siquiera los anarquistas.

Ahora, ¿habrá mentido el rabino? ¿Un rabino engaña? Considero humildemente que algunos sí, cuando creen ser dueños de la verdad y no buscadores de certezas. Rabinos hay de todo. Ortodoxos y progresistas, fachos y zurdos, nacionalistas y universalistas, anarquistas y no tanto. En este sentido, no sé si el Rabi Moishe era un anarquista, pero sin duda era un genuino humanista, porque condena la pena de muerte y reconoce en esencia que la existencia de la vida debe superar la legalidad y sus instituciones. Roberto Espósito, el filósofo italiano, dice algo similar. Y por eso me parece que el anarquismo y el judaísmo no se perciben como tan separados. Inclusive podría pensarse que todo anarquista porta algo de judío y viceversa. En Redención y Utopía, Michael Lowy da cuenta de las relaciones entre mesianismo judío y utopía libertaria en intelectuales como Walter Benjamin, Martin Buber y Erich Fromm.

Se me ocurre agregar un solo detalle más de la tradición judía. En idioma hebreo a la mentira piadosa la denominamos verdad piadosa. Porque cuando la piedad existe, nunca hay falsedad. La misericordia la trasciende.

No recuerdo en qué revista nacionalista local leí textualmente que el primer subversivo tenía olor a Moishe. Y qué extraordinaria paradoja: para los judíos, desde el de la Biblia hasta Radowitzky, siempre hay un Moishe que te salva.

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Comentário de Jayme Fucs Bar em 11 novembro 2009 às 14:28
Exelente materia do jornal Pagina 12 da Argentina vale a pena ler!

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