Fonte : Aurora
Según la narración bíblica, el padre de Abraham, Teraj, salió con su familia de Ur, en tierra de los caldeos, y llegó a Jarán. De allí, obedeciendo un mandato de Dios, Abraham marchó con su mujer, Sara, y con todo su séquito a Canaán, donde llevó una vida nómada. A raíz de una época de hambre se trasladó a Egipto, pero luego volvió y se estableció en la llanura de Mamré, cerca de Hebrón.
Dios realizó con él la Alianza, prometiéndole la tierra de Canaán para él y para sus descendientes, que serían tan numerosos “como el polvo de la tierra”. Su esposa Sara no había concebido hasta entonces, pero Abraham tuvo un hijo (Ismael) de Agar, esclava de Sara.
Poco después le volvió a visitar Dios en Mamré y le prometió un hijo de la propia Sara. Ella se rió al oírlo, puesto que tenía ya 90 años, pero Dios cumplió su promesa y Abraham fue padre de Isaac. Tenía entonces 100 años. Agar fue expulsada de la casa y marchó con su hijo Ismael al desierto, donde se instalaron.
Años después, Dios quiso probar la obediencia de Abraham y le mandó que le ofreciera en sacrificio a Isaac. El patriarca aceptó el mandato, pero en el último momento Dios le eximió de tan dura carga. Al morir Sara, Abraham compró un sepulcro en Mearat (cueva) Hamajpelá, en Hebrón, y allí la sepultó. En esa misma tumba fue enterrado él cuando murió, a los 175 años de edad.
Abraham y su hijo, Isaac, así como el hijo de éste, Jacob, son tenidos por patriarcas. Jacob, que además recibió el nombre de Israel, tuvo 12 hijos que llegaron a ser patriarcas de las tribus de Israel. Y, según la Biblia, esta familia creció y se convirtió en una gran nación. Es difícil valorar el trasfondo histórico de la historia de Abraham. Acaso vivió realmente, pero es posible también que se trate de una figura legendaria, conmemorada en las crónicas de su pueblo migratorio.
Abraham constituye una parte muy importante de la historia bíblica de la salvación y es considerado el padre del judaísmo. Tanto por parte de la religión judía como de la cristiana es considerado el depositario de la bendición para todos los pueblos. El judaísmo lo ha considerado siempre como un modelo de hombre justo y ha alabado su vida mediante numerosas tradiciones.
En las épocas oscuras de la historia de Israel, los profetas hebraicos siempre intentaron devolver la confianza a su pueblo recordando a Abraham y su alianza con Dios: “Considerad la roca de que habéis sido cortados, la cantera de donde habéis sido extraídos. Mirad a Abraham, vuestro padre”.
Pero Abraham no sólo es una figura importante en la religión judía, también lo es en las religiones cristiana e islámica: tanto Juan Bautista como Pablo se oponen a la creencia de que solamente los descendientes carnales de Abraham están llamados a la salvación en el Día del Juicio Final. Según ellos, la promesa que hizo Dios a Abraham no se limita al pueblo judío, sino que contempla una filiación espiritual. En cuanto a la religión islámica, se la denomina “Millat Ibrahim”, -que significa “religión de Abraham-”, pues en el Islam se considera a Abraham como un precursor religioso del Profeta.
Abraham puede ser referido como el punto de arranque o fuente de la religión del Antiguo Testamento. De modo que desde los días de Abraham, los hombres se acostumbraron a hablar de Dios como el Dios de Abraham, mientras que no encontramos a Abraham refiriéndose en la misma forma a cualquiera anterior a él. Así, tenemos al criado de Abraham hablando de “el Dios de mi padre Abraham” (Gen. xxiv, 12). Yahveh, en una aparición a Isaac, habla de sí mismo como el Dios de Abraham (Gen. xxvi, 24), y para Jacob Él es “el Dios de mi padre Abraham” (Gen. xxxi, 42). Así, también, mostrando que la religión de Israel no comienza con Moisés, Dios dice a Moisés: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham” etc. (Ex. iii, 6). La misma expresión se usa en los Salmos (xlvi, 10) y es común en el Antiguo Testamento. Abraham es así escogido como el primer comienzo o fuente de la religión de los hijos de Israel y el origen de su cercana relación con Yahveh, a causa de su fidelidad, fe y obediencia y a Yahveh, y por la promesa de Dios a él y a su descendencia.
Así, en Génesis, xv, 6, se dice: “Abram creyó en Dios, y ello le fue reputado en justicia”. Esta fe en Dios fue demostrada por él cuando dejó Jarán y viajó con su familia al país desconocido de Canaán. Fue probada fundamentalmente cuando estuvo dispuesto a sacrificar a su único hijo Isaac, en obediencia a un mandato de Dios. Fue en esa ocasión cuando Dios dijo: “Porque tú no has perdonado a tu único hijo engendrado por amor a mí, Yo te bendeciré”, etc. (Gen. xxii, 16,17).
Es a esta y otras promesas hechas tan a menudo por Dios a Israel, que los escritores del Antiguo Testamento se refieren una y otra vez en confirmación de sus privilegios como el pueblo escogido. Estas promesas, que se registran haber sido hechas no menos de ocho veces, son que Dios dará la tierra de Canaán a Abraham y su descendencia (Gen., xii, 7); que su descendencia se acrecentará y multiplicará como las estrellas del cielo; que él mismo será bendito y que en él “serán benditas todas las naciones de la tierra” (xii, 3). En consecuencia, la opinión tradicional de la vida de Abraham, como se registra en el Génesis, es que es historia en el estricto sentido de la palabra
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